lunes, 8 de febrero de 2010

strangers

Los barrotes azules de la estación migratoria pueden apreciarse desde varios puntos de la colonia El Vergel Iztapalapa. Es el segundo centro de detención de extranjeros más grande del país, después de Tapachula. 


La mayoría de los extranjeros que detienen las autoridades migratorias son centroamericanos, que se encuentran en prácticamente todas las estaciones del país. Pero en Iztapalapa uno encuentra, además de personas de Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua, personas procedentes de países muy lejanos a México, que por lo general pasan meses encerrados antes de su deportación. 


El señor de la tienda de abarrotes de la calle Agujas está acostumbrado a vender bolsas de plástico y popotes a los visitantes de los "asegurados", quienes tienen prohibido introducir latas de refresco, botes de PET o envases tetrapack a sus familiares o amigos, y deben pasar los líquidos en bolsas de plástico.


Sólo se reciben visitas los martes, jueves, sábados y domingos, de 10:00 a 13:00 horas y de 16:00 a 18:00 horas. Yo llegué un martes, a las 5 de la tarde. Quedé de ir a ver a un artista australiano de 45 años. 


En la entrada me topo con un señor de origen chino que vive en Vancouver. Viajó a México con el único fin de visitar a un amigo que tuvo "problemas" con su pasaporte chino. El hombre lleva un mes encerrado en la estación y su amigo le ha traido un libro rojo que supongo relata la vida de Mao Zedong. "The Man Who Changed China", se lee en la portada, con la foto del dirigente comunista al lado y algunos signos en mandarín.   


Habían pasado algunas horas desde que el hombre chino bajó de su avión. Nunca había estado en México y no hablaba español. Su inglés era accidentado y los guardias migratorios parecían incapaces de explicarle al extranjero que debía proporcionar una identificaciòn con fotografìa y registrarse en el libro de visitas, anotar el nombre y nacionalidad del extranjero que visitaba, su parentesco y las cosas que iba a ingresar, es decir, el libro rojo de Mao. Entonces le expliqué al hombre el procedimiento que yo ya había hecho otras veces. El hombre entendió que debía registrarse y después tomó un papel en blanco y comenzó a apuntar las categorías "Nombre", "Nacionalidad", "Parentesco", y debajo ponía el significado en inglés:  "Name", "Nationality", "Relationship".


Antes de que llegáramos el hombre chino y yo había arribado una mujer que según el libro de visitas, venía a ver a un ciudadano español. "Pareja", puso la chica para referir el parentesco con el extranjero que según me explicó, lleva 6 meses detenido en la estación migratoria. 


Mi relación con el australiano era meramente profesional. Un juez le concedió un amparo para salir de la estación y regularizar su situación migratoria, pero el Ministerio Público apeló su caso, lo que le hace permanecer allí. Yo he reporteado su caso para el periódico. 


Una vez registrados, un agente del Instituto va a buscar a los extranjeros y les pide su autorización para que pasemos a verlos. Transcurren como 20 minutos. Primero entra la chica que viene a ver al español, luego el chino y finalmente yo. 


Los visitantes nunca vemos los dormitorios ni las áreas donde regularmente permanecen los migrantes. Nos trasladan a un cuarto de visitas -en el que nuevamente debemos anotar nuestros datos- y nos advierten que tenemos 20 minutos para hablar con nuestro extranjero. 


En el cuarto de visitas hay varios sillones azules sobre los cuales se sientan a charlar los "asegurados" con sus familiares y amigos que han venido a verlos. Únicamente puede pasar una persona a la vez. A veces la gente les lleva bebidas en bolsas de plástico, comida que deben terminar durante el tiempo de visita o libros. 


Afuera del cuarto de visitas hay 3 muchachos aparentemente centroamericanos, menores de edad, haciendo pulseras con hilos. Parece que acaban de llegar a la estación migratoria, pues todavía no pasan al área de menores. Se ven desorientados. Se me quedan mirando, pero yo tengo prohibido hablarles. Sólo puedo hablar con el australiano. 


La chica que ha venido a ver al español se encuentra a espaldas mío. Casi no habla con el extranjero. Más bien se abrazan todo el tiempo, como queriendo extender los escasos 20 minutos de visita.


Los chinos se encuentran enfrente de mi. Ellos no paran de hablar, parece que discuten el problema migratorio. 


A mí el australiano me ha hecho un dibujo. Es una especie de autorretrato, que hizo con dificultad porque en la estación migratoria no hay espejos. Su rostro se asemeja a una cabeza olmeca, de cuyo ojo derecho sale una lágrima. En los hombros hay ramas verdes. Él me dice que dibujó las ramas porque él siente que hay espinas que lo pican todo el tiempo alrededor del cuello, una especie de estrés permanente. 


Por momentos me pierdo en la plática con el australiano. No puedo dejar de mirar a mi alrededor. El hombre español con la chica mexicana, el par de chinos, los adolescentes centroamericanos, el australiano y yo. Pienso en todos nosotros, los extraños que compartimos un cuarto en Iztapalapa. De repente me invade un escalofrío. No dejo de cuestionar que en ese momento, sólo el hombre chino que trajo el libro de Mao, la chica que vino a visitar a su novio español y yo seamos libres.