jueves, 7 de enero de 2010

¡Gamesa!

Cuando éramos niñas, mi hermana -a quien por el momento llamo Clausi- y yo inventamos el hasta hoy desconocido dúo dinámico de detectives "Bilady y Roxana". Clausi era Bilady y yo era Roxana. Supongo que el  nombre "Roxana" surgió por una niña que durante el kinder y la primaria fue mi alter ego.

Roxana era una niña inteligente y bonita que trataba mal a los niños y lograba manipular a las maestras para que en el salón se hiciera lo que ella quisiera, aunque sólo tuviera 7 años. Una vez se le ocurrió jugar a que ella era la maestra. Ya se imaginarán mi molestia por la injusticia de la que sentía que éramos objeto mis demás compañeros y yo que debíamos seguir siendo alumnos en su juego...

 En fin, aunque la niña me reventaba, yo usaba su identidad en secreto en casa.

No tengo la más remota idea de dónde salió el nombre "Bilady". Posiblemente derivó del término "milady", pero no puedo decirlo con certeza. Sólo me acuerdo que dejabamos de ser Silvielena y Claudia, para convertirnos en Bilady y Roxana por algunos cuartos de hora.

Para que vean que la mercadotecnia sí influye en los niños, Clausi y yo también jugábamos a "Gamesa". El juego no tenía mayor chiste que asomarnos debajo de la mesa mientras comíamos, ella de un lado y yo del otro, con otros miembros de la familia alrededor. Al ver nuestras caras por debajo de la mesa, decíamos "¡Gamesa!". Luego nos carcajéabamos, sin que nadie entendiera esas risas desmedidas.

Ya no nos asomamos debajo de la mesa, pero de vez en cuando mi hermana me dice "Sil, ¡Gamesa!", provocándome risas a mis 27 anos.

A veces Clausi y yo vaciábamos un cenciero en el que mis papás guardaban monedas. Cada moneda era una persona. Las pequeñas adquirían la identidad de niños y niñas de escuela y las grandes, eran profesores. Acomódabamos las monedas como si fuera un lunes de escuela, en el que los niños se formaban en el patio para hacer honores a la bandera. Reconozco que era un juego ñoño, pero bueno, así practicábamos el civismo.

Jugar a las Barbies no era otra cosa más que créar una historia y personajes. Carecíamos de una novela como Patito que sustituyera nuestra imaginación, así es que Clausi y yo escribíamos el guión cada vez que nos poníamos a jugar, y lo dejábamos inconcluso cada que terminábamos. La historia que más recuerdo es la de tres familias que vivían en las montañas, como en una especie de comuna, los hijos de todos eran cuidados por todos.

Clausi siempre ha comido mucho más lento que yo, y había veces que, para apresurar los capitulos de nuestra historia, le metía inmensos bocados en su boca para que se apurara a masticar y pudiéramos ir a jugar pronto.

Nuestras historias de muñecas rayaban en lo absurdo. Teníamos como 10 muñecas Barbie y un Ken, que empezó por ser novio de todas las Barbies, hasta que nos dimos cuenta que eso no podía ser. Tuvimos que usar a Oso Palomitas (echaba palomitas por la nariz cuando le apretabas la panza) y a Oso Fanfón (un oso panda de 40 cm de alto) como otros pretendientes de nuestras muñecas.

Es difícil que ahora, que apenas ha pasado el día de Reyes, recuerde todos los regalos que me trajeron cuando era niña. Ni siquiera podría distinguir si un horno mágico que tuve de chiquita me lo regalaron mis papás, mi madrina, Santa Claus o los Reyes Magos.

De lo que sí me acuerdo es de Bilady y Roxana, de las historias que recreábamos mi hermana (foto siguiente) y yo con monedas y Barbies, y por su puesto, de Gamesa.

Imposible para los Reyes Magos traer estos juegos de vuelta.