sábado, 31 de diciembre de 2011

11 y 12

Hace un año estaba en Brighton, celebrando Año Nuevo con Doc, mi roommate española y su novio en el Hobgoblin, un pub visitado prácticamente por jóvenes universitarios cuyo propósito, al parecer, era emborracharse lo más rápido posible. Estábamos en una mesa de afuera, hacía un frío terrible y teníamos poco tema de conversación con los españoles. Eso sí, llevábamos nuestras 12 uvas en bolsas ziplock para  comérnoslas cuando diera la medianoche y así guardar la tradición hispanoamericana. 

Si se preguntan cómo empezó el 2011 para mí, fue viendo vomitar a una joven inglesa en el Hobgoblin, misma que se desmayó y terminó auxiliada por paramédicos mientras sus amigos seguían en la fiesta. La desagradable escena poco tenía que ver con las expectativas sobre el 2011, que por primera vez comenzaba para mí en otro país, lejos de la familia, pero cerca de la persona que más quiero en el mundo. En realidad venía un gran año por delante: terminar las clases de la maestría, pasar exámenes, acabar la tesis, recibir a amigos y familia en Inglaterra, viajar por Europa, regresar a México, reincorporarse al trabajo, buscar una nueva casa en el DF… En ese momento parecía un año maratónico, interminable, saturado de retos, pero al mismo tiempo muy emocionante.

Y sí, 2011 me emocionó mucho. Luego de cinco años de relación, Doc y yo por fin vivimos juntos, viajamos a todos lados, desde Croacia hasta Finlandia, fuimos a Londres cuantas veces quisimos, hicimos unos cuantos nuevos amigos, nos graduamos con mérito y regresamos a nuestro México, donde hace una semana cumplimos con nuestro propósito de vivir juntos acá también, ahora en la Colonia Roma.

2011 fue también un año reflexivo. Desde lejos Doc y yo nos planteábamos una y mil veces qué hacer para mejorar la situación espantosa por la que está pasando el país, un país al que nunca vimos la posibilidad de abandonar, y que desde que nos fuimos hasta que nos regresábamos manifestamos nuestra disposición de regresar.

Reflexionamos sobre el periodismo, sobre nosotros, reafirmamos que no buscamos una vida glamourosa y llena de lujos, pero sí muy digna y muy coherente, sana, haciendo el bien, conociendo y aprendiendo de toda la gente.

2012 pinta diferente. La elección nos tiene a muchos algo desanimados, la violencia extrema desconcierta, la situación económica no será muy favorable, y para colmo, tenemos una profecía apocalíptica. Eso contrasta, en lo personal, con lo emocionante que será vivir en la Colonia Roma, presenciar la boda de unos excelentes amigos, tener a mi hermana en México todo el año y uno de los años más intensos de trabajo. En fin, cada quien tendrá sus contrastes, yo sólo espero que el saldo de 2012 sea positivo para todos. 

Mientras tanto les adelanto que todo parece indicar que los primeros minutos de 2012 estaré en Lomas Verdes, y lo primero que veré será a algún familiar cantando en el karaoke una canción de Selena disfrazado de cowboy o de Darth Vader... Feliz inicio de año.

viernes, 24 de junio de 2011

Conociendo Stonehenge

Decidimos conocer Stonehenge durante el solsticio de verano, la madrugada del 21 de junio, el día que más gente visita el sitio arqueológico. Íbamos Doc y yo, nuestros amigos mexicanos Michelle y Toño, nuestra amiga francesa Fanny y su novia polaca Olga. El plan era el siguiente: Fanny iba a rentar un coche el lunes por la tarde, saldríamos como a las 6:30pm de Brighton y llegaríamos a Stonehenge por ahí de las 9. Pensábamos comprar una tienda de campaña, pero nos enteramos que no se podía acampar, ni siquiera llevar sleeping bags.  Así que lo único que llevamos fue suficiente ropa para aguantar el frío, comida (básicamente carnes frías, pan y papas) y bebidas (cerveza, vino y agua).

Empezaba a llover cuando dejamos Brighton. Aunque todos habíamos visto diferentes pronósticos del clima que apuntaban a que esa noche no se vería otra cosa más que nubes, guardábamos la esperanza de que al menos al amanecer, a eso de las 4:50am, se podrían ver los rayos del sol.

Llegamos a Stonehenge pasadas las 9 de la noche. Policías con chalecos color amarillo fosforescente nos señalaron dónde podíamos estacionar el carro, a un kilómetro de las místicas piedras. Había varios vehículos ya estacionados. El carro vecino lo abordaban adolescentes británicos que a pesar de la lluvia, escuchaban música a alto volumen y bebían cerveza fuera del auto. 

Salvo en el solsticio de verano, las piedras monolíticas de Stonehenge permanecen cercadas por una malla metálica, para evitar que los turistas las dañen.  Pero durante el solsticio esa cerca se quita, y los turistas pueden tocar las piedras. Con esa motivación caminamos el kilómetro que nos separaba de las piedras que a la distancia se veían iluminadas por varias luces. Conforme nos acercábamos comenzamos a escuchar tamborazos y gritos de júbilo de la gente que ya estaba en el lugar. También empezamos a ver gente de todas edades disfrazada, con túnicas blancas y bastones, un atuendo cuyo significado nunca pudimos descifrar.

Para llegar a las piedras se tenían que pasar por dos filtros de policías, uno a la salida del estacionamiento y el otro a la entrada de las piedras. Entre otras indicaciones, los letreros decían que sólo se permitía introducir “personal amounts of alcohol” al lugar, lo que sea que eso signifique. La verdad es que se podía introducir todo el alcohol que se quisiera, y tal es así que a las 10pm ya había personas cayéndose por haber ingerido personal amounts of alcohol.

Entre un mar de gente, ya de noche, sobresalían las piedras de Stonehenge. El sitio no es grande pero sí impresionante, supongo que porque siempre he visto imágenes de Stonehenge y supe que alguna vez tendría que estar ahí. Cuando entramos al círculo que forman las piedras nos llevamos una sorpresa, hasta cierto punto desagradable. Había gente que había llegado muy temprano y que por eso, había “apartado” su piedra para pasar la noche. Varios grupos de gente estaban sentados sobre cobijas o manteles recargados en las piedras, espacio del que bajo ninguna circunstancia se moverían en toda la noche. El interior del círculo parecía más un antro que un sitio arqueológico: gente bebiendo por todos lados, basura tirada, gente recargada en sus piedras, tambores, gente disfrazada… “A Little too much”, dijo Fanny.

Si ése era el escenario a las 10pm, podrán imaginarse el de las 4:30 de la mañana. Nosotros regresamos al coche, tomamos nuestros víveres y algo de alcohol, no mucho, porque los baños eran móviles y no estaban muy limpios, por lo que al menos yo decidí evitar las varias idas al baño. Llovió un rato, nos metimos al coche y esperamos a que dieran las 4am para regresar al sitio.

Cuando dio la hora, volvimos a caminar el kilómetro hacia las piedras. El cielo estaba totalmente nublado, pero seguíamos con la esperanza de que las nubes dejaran pasar los rayos del sol. Llegamos a las piedras y ahí seguía la misma gente pero más despeinada, más borracha, más cansada. Había gente cayéndose de lo tomada que estaba, nos tocó ver gente que vomitaba o vómito en el pasto, personas profundamente dormidas, basura por todos lados.

Nos colocamos fuera del círculo de piedras, justo donde estaban las cámaras de Reuters y AP, porque ellos sabían desde dónde se verían mejor los rayos del sol. El camarógrafo de AP fue el primer realista al decirle a sus compañeros que no se vería nada. Y así fue, dieron las 5am y el día clareó, pero no se veía el sol por ningún lado. El escenario: Stonehenge a las 5am, sin un sólo rayo de sol, entre un mar de gente enfiestada y sin dormir, muy diferente a como lo pintan en las fotografías.



sábado, 28 de mayo de 2011

Croacia y las tías

¿Quién no se ha quedado alguna vez en casa de una tía? A lo mejor tienes una entrevista de trabajo en otra ciudad, donde casualmente vive una tía, o has decidido irte de vacaciones a algún sitio y para ahorrar dinero, prefieres quedarte en casa de tu tía, ésa que nunca vez pero que siempre te ha ofrecido su casa. En estas circunstancias, tu tía te deja la cama recién tendida y el cuarto aseado, te dice dónde puedes encontrar más cobijas o toallas y te da alguna otra indicación necesaria para la -generalmente corta- estancia: cómo se abre la puerta de la casa, cómo funciona la regadera, dónde está el supermercado más cercano, en qué teléfono se le encuentra si hubiera algún problema. Entonces te instalas en la habitación, te sientas en la cama y empiezas a escanear el cuarto de arriba abajo. Los objetos a tu alrededor, esas estatuillas religiosas sobre la cómoda, los juguetes con los que alguna vez jugaron tus primos, las lámparas sobre burós, los cuadros que cuelgan en las paredes, los viejos libros, muy probablemente no serán de tu agrado, pero considerando la hospitalidad de tu tía, es una regla no escrita mostrar tu desagrado. Será mejor decirle lo mucho que te gusta su casa y lo agradecido que estás porque te hospede.

Diana 

Estar en Croacia fue como quedarse en casa de una tía, o más bien, de tres tías que cobraban una cantidad bastante accesible por el hospedaje: Diana en Split, Lydia en Supetar y Sloba en Dubrovnik. La guía sobre Croacia advertía que en la zona de Dalmacia había pocos hoteles y que lo común era hospedarse en departamentos. Éramos tres los viajeros: Doc, Toño y yo. Cuando llegamos a Split, la segunda ciudad más grande de Croacia después de Zagreb, la señora de la oficina de turismo nos consiguió un departamento a 10 minutos caminando. El departamento estaba en un segundo piso de un edificio cualquiera, desde afuera no se podía decir que hospedaba turistas. Nos recibió Diana, quien nos dijo que la recámara estaría lista en 5 minutos. En ese momento nos dimos cuenta que en realidad no se rentaba un departamento completo, sino una habitación del departamento en el que vivían Diana, su esposo y su bebé. Diana apenas nos dirigió la palabra. Nos dio las indicaciones que daría una tía que lo hospeda a uno en su casa, y se retiró a la cocina, donde daba de comer a su bebé.

Split

La cama matrimonial del cuarto hacía juego con el clóset, los burós y la cómoda: color negro, con detalles en un anaranjado rojizo y algunos bordes dorados. Calculamos que era una habitación comprada en la década de los 70's, cuando Croacia no era Croacia sino Yugoslavia en plena era comunista. Sobre la cama colgaba un cuadro de un bebé pelirrojo llorando, que en lugar de transmitir paz nos horrorizaba, más aún porque sobre la pintura colgaba un ramo de hojas secas coronando al niño, alguna especie de rito religioso. Sobre la cómoda descansaba una estatuilla blanca de la Virgen María, con una rama de espinas seca colocada alrededor del cuello. Doc tuvo pesadillas esa noche...

Las figuras religiosas en la casa de Diana coincidían con los símbolos católicos de todo Split, donde abundan las iglesias, se ven monjas por todos lados y justamente durante nuestra visita se preparaban para la celebración del patrono de la ciudad, como si estuviéramos en cualquier pueblo de México en su fiesta anual, encabezada por el párroco. Todos estos símbolos me tomaron por sorpresa, y me hicieron pensar en cuán importante es el catolicismo para este país, independiente hace apenas 20 años. Desde el siglo 7, los croatas abrazaron la religión católica para que Roma los reconociera y protegiera de pueblos invasores como los mongoles o los turcos. Durante la Guerra de los Balcanes, el catolicismo fue un elemento de identidad nacional importantísimo, prácticamente lo que los hacía diferentes a los serbios. Ser croata significa ser católico. Ser mexicano ¿también?

Lydia

Conocimos a Lydia, en el ferry que va de Split a Supetar, un pueblo de la isla de Brac. Croacia tiene más de mil islas, y justamente ahora que está por entrar a la Unión Europea, tiene una campaña fuerte para promover el turismo europeo hacia sus playas: no tan caras como las de Italia y Francia, no tan llenas como las de España. Junto con Hvar, Brac es una de las islas más turísticas de Croacia, a una hora en ferry saliendo de Split. En un inglés bastante entendible, Lydia se me acercó mientras leía la última novela de Vargas Llosa y me preguntó si pensábamos quedarnos a dormir en Supetar, donde ella tenía una casa. Nos enseñó algunas fotos del lugar que nos ofrecía por 100 kunas cada uno. Pensó que yo era española, pero le dije que éramos mexicanos y que estábamos estudiando en Inglaterra. Ella nos dijo que parecíamos mucho más amables que los ingleses.

Como no teníamos ni idea de lugares dónde quedarnos, le dijimos que veríamos su casa y después decidiríamos. Nos ofreció dos cuartos y un baño, uno de los cuartos todavía no lo terminaba de limpiar, pero nos dijo que no tardaría. Como accedimos a quedarnos en su casa, nos dijo que éramos muy fáciles de complacer. Nos preguntó qué religión se practicaba en México, y pareció caerle muy en gracia enterarse que éramos un país católico. Ni se imagina la magnitud de la fe de algunos paisanos...

Lydia era una tía mucho más sociable que Diana. Nos contó que estudió Economía en Alemania y que su inglés no era tan bueno como su alemán. También nos dijo que desde hace 20 años recibía gente en su casa, de muchos lugares del mundo. Me pidió poner nuestros nombres en un pequeño mapamundi señalando la Ciudad de México. Al parecer, alguna chica de Puebla ya se había quedado con Lydia antes. Lydia presumía cómo había hospedado a gente de Finlandia, de Inglaterra, de Canadá y de decenas de países más.

Después de recorrer la isla en un coche rentado y visitar Bol, donde se encuentra Zlatini Rat, la playa más famosa de Croacia, llegamos a la casa de Lydia. En principio nos quedamos en Supetar y no en Bol porque Lydia insistió en que era la mejor opción. Cuando visitamos Bol nos dimos cuenta que hubiera sido mejor idea quedarse ahí y no en casa de Lydia, pero ya no había nada que hacer. Regresamos a Supetar. Quisimos comprar vino y tomárnoslo en casa de Lydia mientras veíamos El Padrino con subtítulos en croata, pero las tiendas estaban cerradas. Lydia fue a casa de algún pariente, le pidió vino y nos lo trajo, con todo y los vasos y el destapacorchos. Salvó nuestra última noche en Supetar.

Supetar

Sloba

Nos tomó cinco horas trasladarnos en autobús desde Split hasta Dubrovnik. La carretera es angosta, de dos carriles, puras curvas, y los autobuses se paran en cada pueblo. Split y Dubrovnik son la segunda y tercera ciudad más importantes de Croacia, y a diferencia de Split-Zagreb, que están comunicadas por autopista, Split-Dubrovnik sólo los une esta carretera angosta. En el último tramo del viaje se pasa por Bosnia-Herzegovina. El autobús para y todos deben enseñar identificación. Ese pedazo de Bosnia es su única salida al  mar Adriático. Rápidamente se vuelve a territorio croata.

Cuando llegamos a Dubrovnik, como a eso de las 4:30pm, ya nos estaba esperando Sloba, nuestra tercera tía. Apenas nos bajamos del autobús nos dijo que tenía un coche y que nos podría llevar hasta su casa a las afueras del Old Town de Dubrovnik. Nos dejaba el cuarto en 100 kunas cada uno: dos camas, un baño y cocina con todos los utensilios necesarios: platos, vasos, kettle, copas, tenedores, cucharas soperas pero no para café, cuchillos de muchos tipos, ollas, tazas y trapos. Accedimos a quedarnos en su casa, que utilizamos más que cualquier otra. Que tuviera cocina integrada nos favoreció mucho. Los dos días que pasamos ahí, desayunamos en la casa: prust (jamón serrano) croata que venden muy barato en cualquier tienda, queso y pan, yogurt, cereal, jugo y café. Luego nos íbamos a recorrer Dubrovnik, una ciudad que nos impresionó por las enormes murallas que la rodean y su vista al mar. El azul del Adriático es muy brillante, y el contraste con las murallas y las construcciones blancas te hacen sentir en un lugar especial.

A Dubrovnik se le reconoce por haber conservado su autonomía pese a pertenecer a diferentes imperios durante la historia. Pese haber sido atacada durante la guerra a principios de los 90's, se encuentran pocos indicios de esta época. La ciudad ha sido totalmente reconstruida, y en cualquier folleto se refieren a ella como una ciudad que ha atravesado algunas dificultades, pero que ahora es una ciudad libre. Pregunté por algún museo de historia reciente de Dubrovnik. Solamente había uno, el War Museum, situado en la cima de un cerro para el cual había que tomar un teleférico que costaba algo de dinero para llegar. Consideramos que era inaccesible llegar a él, y nos conformamos con una museo que exponía la historia de la ciudad en una proyección en tercera dimensión con duración de media hora. El siglo 20 lo explicaban en menos de tres minutos: dos guerras mundiales, la Yugoslavia de Tito y la guerra de los Balcanes. Después regresaban al punto que interesaba dejar en claro: Dubrovnik y Croacia eran libres.

Regresamos a la casa. La tía Sloba nos llevó a la estación de autobús en su coche. Nos cobró 40 kunas. Le pagamos con un billete de 50. No nos regresó el cambio. De vez en cuando las tías también clavan el diente.

Dubrovnik