viernes, 31 de diciembre de 2010

Adiós 2010

2010 han sido muchas cosas. Ha sido recorrer la Sierra de Zongolica para encontrar un símil con la pobreza de Haití, pasar horas platicando con un refugiado armenio y ex militar soviético, viajar a Cuernavaca o a Cancún para presenciar bodas de amigas queridas, ha sido estar lejos de casa. 2010 ha sido atestiguar decepciones y rupturas entre la gente más cercana, un par de borracheras, hacerse de nuevas amistades, lidiar con la burocracia inglesa y extrañar la salsa verde. Ha sido reinventarse junto a la persona que me acompaña desde hace cinco años, conocer Europa, ha sido el slam de Panteón Rococó, empaparse viendo a Café Tacuba, desayunar pellizcadas en Catemaco y hasta septiembre, comer en familia los domingos. 2010 ha sido ganar una beca, marchar por Reforma contra los asesinatos de periodistas, una película argentina maravillosa (El Secreto de sus Ojos), muchas despedidas, ha sido cocinar, ha sido más México que Inglaterra. 

De todo esto me acuerdo este 31 de diciembre, minutos antes de arreglarme para el festejo de fin de año, que por segunda vez será lejos de casa (la primera fue hace dos años, cuando pasé el último día del año en un caracol zapatista). Un recuento breve, desde donde parten las reflexiones para comenzar 2011. 

Gracias a todos y todas. 






jueves, 11 de noviembre de 2010

Brighton

Llegué a Londres el 22 de septiembre. Era miércoles por la tarde. Me recibió mi amiga Ceci, a quien conocí en el periódico un año atrás, cuando cubríamos la epidemia de influenza, ella desde el punto de vista científico, yo desde la perspectiva de la política sanitaria. Entre las discusiones de cuán confusos eran los datos oficiales del virus AH1N1, nos enteramos que las dos queríamos venir al Reino Unido a estudiar una maestría. Ella lo logró primero.

En septiembre de 2009 fui a despedir a Ceci a casa de su hermano. Ese día me dijo que estaba segura de que nos veríamos en Londres... Y dicho y hecho, un año después, ella fue mi primer contacto con los ingleses, con Europa.

Estuve cuatro días con Ceci, que aproveché para visitar el Museo Británico, el Victoria and Albert Museum y los Kew Gardens, unos jardines botánicos que están al sur de Londres. Mientras estaba en su casa en Battersea, Rodolfo me escribió un email que decía que su visa había sido autorizada. En ese momento sentí que nada me faltaba y que todo iba saliendo como lo había(mos) planeado desde hace mucho tiempo. 

El domingo viajé a Brighton, la ciudad que será mi hogar durante todo un año. Tenía una semana reservada en un hostal, donde me hospedaría mientras buscaba casa y empezaba mi curso propedéutico en la Universidad de Sussex. Tomé el tren con mis dos maletotas desde London Victoria. Brighton me recibió lloviendo. 

La llovizna y los 50 kilos que venía cargando me hicieron tomar un taxi al hostal, que apenas estaba a unas cuadras. Desde entonces no he vuelto a tomar uno. A todos lados puedo ir caminando, menos a la Uni o a The Argus (el periódico local), a donde voy en camión, o como diría Patricia, mi flatmate gallega, en autobús, porque en España llaman "camiones" a los que llevan carga, no a los que transportan gente.

La gente del Kipps Hostel resultó ser muy amable y hospitalaria. Salvo el dueño, todos los trabajadores eran extranjeros (Canadá, Holanda, Francia...). Los blogs lo referían como el mejor de Brighton. Lo que lo hace diferente a otros hostales es que recrea una atmósfera amigable y hogareña, el staff convive con los huéspedes y -lo mejor de todo- siempre hay algo gratis: pasta los martes, café todo el tiempo y de vez en cuando, una cerveza.   

Rodolfo llegó el jueves. Fui a recogerlo a la estación del tren y a diferencia de mi llegada, regresamos al hostal caminando, yo cargando una de sus pesadas maletas que traía desde Londres, donde un guardia de seguridad le rompió la otra, la de rueditas, después de preguntarle de dónde venía. Respnder "México" ameritó romper el cierre.

El mismo día que recibí a Rodolfo en Brighton, mi hermana llegó a Londres. Venía de Tokyo, y antes de eso estuvo en Shanghai. Aprovechó para pasar conmigo el fin de semana en Londres. Hablamos mucho, sobre todo de sus experiencias  por China y Japón, y prometimos volver a vernos en enero.



Pocos días antes de la llegada de mi hermana, Patricia, la chica gallega que hasta entonces desconocía, me envió un email. Había leído el anuncio que había puesto en Gumtree, de que mi novio y yo, estudiantes mexicanos, buscábamos casa en el centro de Brighton. Ella estaba por mudarse a un piso cuyo dueño era un español, Arsenio, que le daba un buen descuento por rentar ahí. El décimo y último piso del edificio estaba en remodelación, pero nos pareció que la zona era buena, el precio accesible y la vista, maravillosa.



Luego de vivir en el caótico DF durante casi toda mi vida, ahora estoy acá, en una ciudad de 156 mil personas, a una hora de Londres, junto al mar helado. Me he encontrado con una ciudad con mucha gente joven (10 por ciento de la población es estudiante), que cautiva a artistas de Inglaterra y otras partes de Europa para exponer y vender su arte. Acá se encuentra ropa vintage por las pequeñas calles del centro, hay tiendas de antigüeades por doquier y la gente anda en bicicleta. Cuando hay sol, la gente acostumbra ir a la playa empedrada a hacer su barbecue. Uno que otro se echa al mar.

 Apenas estamos haciéndonos de nuestros espacios. Y ya encontramos uno. Todos los domingos en un pub cercano tocan reggae. Lo mejor de todo es el DJ, un señor hippie de más de 60 años -tengo que entrevistarlo algún día- que disfruta el género como su tuviera 20.
Every little thing is gonna be alright...


miércoles, 30 de junio de 2010

Despertares

Fue un jueves cuando la Selección Mexicana de Futbol le ganó a Francia en el Mundial. Segundo partido del torneo, un pie en la siguiente fase. A las cuatro de la tarde, ya pasada la euforia, México transcurría con total calma, como si se hubieran borrado todos los problemas que le aquejan a diario. Los medios de comunicación vieron disminuida la información de otra índole que no fuera fútbol y el triunfo de México que en realidad, no garantizaba otra cosa más que la esperanza de desempeñar un papel relevante en la competencia. 

El sentimiento de tranquilidad no duró demasiado. No sólo por las próximas derrotas del equipo, sino por los sucesos que nos hicieron volver a poner los pies en la tierra y dejar de soñar. Volvimos al México en el que la sangre corre todos los días, el México en el que se acusa al Ejército de matar víctimas inocentes, incluidos niños; donde la gente está perdiendo sus libertades de a poco pero constantemente, donde el poder del narco es tal que a una semana de las elecciones estatales, mata candidatos a gobernador. 

Una periodista, corresponsal para cadenas internacionales de noticias en México, me comentó que todas las semanas debe actualizar el "ejecutómetro" o lo que es lo mismo, mandar una nota al mundo de los muertos en México por la lucha contra el crimen organizado. 20,mil, 22 mil, 25 mil. Lo mismo me dice mi novio, que trabaja para una agencia internacional, ejecutados (en plural), nota. Uno solo ya no vale la pena. 

Una amiga mía que estudia en Australia no deja de pensar en lo inseguro que se ha vuelto México. Una y otra vez tiene que explicar a sus compañeros de distintas nacionalidades que México no está tan mal, que donde ella vive no pasan esas cosas. Dificil de entender cuando la única información que se lee sobre México del otro lado del mundo es la violencia, la muerte, el narcotráfico, la inseguridad. Difícil hacer entender a sus compañeros cuando el rector de su universidad, dos días después del asesinato de los estudiantes del Tec de Monterrey, ordenara regresar a todos los alumnos de intercambio que estuvieran en cualquier parte de México.  

En esa misma plática con la chica que estudia en Australia, otra amiga, casi al borde de la desesperación, nos dijo que ya no quería vivir en México, pues tiene casos muy cercanos de personas encarceladas injustamente y torturadas en el Reclusorio Oriente. Esa experiencia la ha hecho tener un miedo casi incomprensible por la autoridad, y digo casi incomprensible porque muchos sabemos que en este país, la justicia sólo beneficia a los poderosos.

Entonces me vinieron a la mente esas entrevistas que hice a Teresa y Alberta, las mujeres indígenas presas por cuatro años, acusadas de secuestrar AFIs; la conversación que tuve con Ediño, un hondureño indocumentado acusado injustamente de pertenecer a los Zetas; a la madre del abogado Héctor Galindo, condenado a más de 60 años de prisión por defender a la gente de San Salvador Atenco -y que hoy, fue liberado por la Suprema Corte. 

La salida fácil de la ciudadanía: tratar de no meterse en problemas para no terminar enfrentando a un juez y si acaso se está en esa situación, buscar una "palanca". Hacerse de oídos sordos cuando se denuncia tortura para sacar confesiones y argumentar que a los delincuentes no se les puede interrogar de manera sensata. En otras palabras, avalar todo este sistema que nos tiene sumidos en la podredumbre. 

La liberación de los persos políticos de Atenco es quizás, un respiro similar, guardando toda proporción, con al triunfo de México sobre Francia. 

Mañana o pasado, nos volveremos a caer de la cama.

viernes, 2 de abril de 2010

Una mañana linda

Desayuno. Leo el periódico. En la portada, "Reynosa bloqueada"; "El Conejo y el Bofo convocados a la Selección". Mi nota sobre un migrante australiano que pasó 4 meses encerrado en la estación migratoria de Iztapalapa se fue en buen espacio, pero hasta la página 10.

"No está tan mal", pienso.

Tomo un poco de avena.

Ring... ring...

Mi celular está en el comedor. Debe ser Doc. Siempre me habla como a eso de las 09:00. Me acerco a mi bolsa, saco el teléfono. No es Doc. No identifico el número. Pienso "debe ser esa llamada que espero desde el viernes". Es miércoles.

Automáticamente, comienzo a temblar. ¿Sí, no?

Mis papás bajan a desayunar. Yo me salgo al patio a hablar. Intento calmarme. Contesto tranquilamente, aunque siento el corazón a todo lo que da.

Es Ricardo, del British Council. Una de las 5 personas que me entrevistó trece días antes en la Embajada Británica. La persona que me avisaría si sí o si no. Había llegado el momento.

- Te estamos buscando desde el lunes. Te estaba marcando al 553433...

Lo interrumpo.

- Ese celular no lo estoy usando, hablé para avisarles...

- No te preocupes. Te hablo para darte tu resultado. A ver, espérame déjame y busco...

- Mi expediente

- Sí, eso, tu expediente. Espera...

- Sí.

- Aquí está. Primero quiero darte un feedback.

Pienso. Feedback. Retroalimentaicón. Justificación. Algo me huele mal. No importa. Le digo que continúe. Aún tengo esperanzas.

- Calificamos tres aspectos. Te voy a decir uno por uno.

No pongo mucha atención en los tres aspectos. Sólo recuerdo que me dijo las palabras: "They consider you a very intelligent person, a human rights defender, a leader, a very strong candidate..."

Terminando los elogios, esperaba la frase: "pero desafortunadamente, hay otros candidatos igual de buenos que tú y no podemos otorgarte..."

Pero no. Ricardo dijo lo que debió haber dicho al inicio de la conversación.

- Por eso, tengo el gusto y el placer de informarte que tienes una beca Chevening.

Respiro profundamente. Sonrío y doy brincos por el patio, asustando un poco a mi perro Spot.

- ¡De verdad! Muchas gracias, no sabes qué feliz me hace escuchar eso...

Ricardo me da más detalles.

Y luego de 3 años de decirle al mundo que me iría a hacer una maestría al Reino Unido, pienso que ya no hay marcha atrás.

Es septiembre de 2010. Y Doc viene conmigo.

lunes, 8 de febrero de 2010

strangers

Los barrotes azules de la estación migratoria pueden apreciarse desde varios puntos de la colonia El Vergel Iztapalapa. Es el segundo centro de detención de extranjeros más grande del país, después de Tapachula. 


La mayoría de los extranjeros que detienen las autoridades migratorias son centroamericanos, que se encuentran en prácticamente todas las estaciones del país. Pero en Iztapalapa uno encuentra, además de personas de Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua, personas procedentes de países muy lejanos a México, que por lo general pasan meses encerrados antes de su deportación. 


El señor de la tienda de abarrotes de la calle Agujas está acostumbrado a vender bolsas de plástico y popotes a los visitantes de los "asegurados", quienes tienen prohibido introducir latas de refresco, botes de PET o envases tetrapack a sus familiares o amigos, y deben pasar los líquidos en bolsas de plástico.


Sólo se reciben visitas los martes, jueves, sábados y domingos, de 10:00 a 13:00 horas y de 16:00 a 18:00 horas. Yo llegué un martes, a las 5 de la tarde. Quedé de ir a ver a un artista australiano de 45 años. 


En la entrada me topo con un señor de origen chino que vive en Vancouver. Viajó a México con el único fin de visitar a un amigo que tuvo "problemas" con su pasaporte chino. El hombre lleva un mes encerrado en la estación y su amigo le ha traido un libro rojo que supongo relata la vida de Mao Zedong. "The Man Who Changed China", se lee en la portada, con la foto del dirigente comunista al lado y algunos signos en mandarín.   


Habían pasado algunas horas desde que el hombre chino bajó de su avión. Nunca había estado en México y no hablaba español. Su inglés era accidentado y los guardias migratorios parecían incapaces de explicarle al extranjero que debía proporcionar una identificaciòn con fotografìa y registrarse en el libro de visitas, anotar el nombre y nacionalidad del extranjero que visitaba, su parentesco y las cosas que iba a ingresar, es decir, el libro rojo de Mao. Entonces le expliqué al hombre el procedimiento que yo ya había hecho otras veces. El hombre entendió que debía registrarse y después tomó un papel en blanco y comenzó a apuntar las categorías "Nombre", "Nacionalidad", "Parentesco", y debajo ponía el significado en inglés:  "Name", "Nationality", "Relationship".


Antes de que llegáramos el hombre chino y yo había arribado una mujer que según el libro de visitas, venía a ver a un ciudadano español. "Pareja", puso la chica para referir el parentesco con el extranjero que según me explicó, lleva 6 meses detenido en la estación migratoria. 


Mi relación con el australiano era meramente profesional. Un juez le concedió un amparo para salir de la estación y regularizar su situación migratoria, pero el Ministerio Público apeló su caso, lo que le hace permanecer allí. Yo he reporteado su caso para el periódico. 


Una vez registrados, un agente del Instituto va a buscar a los extranjeros y les pide su autorización para que pasemos a verlos. Transcurren como 20 minutos. Primero entra la chica que viene a ver al español, luego el chino y finalmente yo. 


Los visitantes nunca vemos los dormitorios ni las áreas donde regularmente permanecen los migrantes. Nos trasladan a un cuarto de visitas -en el que nuevamente debemos anotar nuestros datos- y nos advierten que tenemos 20 minutos para hablar con nuestro extranjero. 


En el cuarto de visitas hay varios sillones azules sobre los cuales se sientan a charlar los "asegurados" con sus familiares y amigos que han venido a verlos. Únicamente puede pasar una persona a la vez. A veces la gente les lleva bebidas en bolsas de plástico, comida que deben terminar durante el tiempo de visita o libros. 


Afuera del cuarto de visitas hay 3 muchachos aparentemente centroamericanos, menores de edad, haciendo pulseras con hilos. Parece que acaban de llegar a la estación migratoria, pues todavía no pasan al área de menores. Se ven desorientados. Se me quedan mirando, pero yo tengo prohibido hablarles. Sólo puedo hablar con el australiano. 


La chica que ha venido a ver al español se encuentra a espaldas mío. Casi no habla con el extranjero. Más bien se abrazan todo el tiempo, como queriendo extender los escasos 20 minutos de visita.


Los chinos se encuentran enfrente de mi. Ellos no paran de hablar, parece que discuten el problema migratorio. 


A mí el australiano me ha hecho un dibujo. Es una especie de autorretrato, que hizo con dificultad porque en la estación migratoria no hay espejos. Su rostro se asemeja a una cabeza olmeca, de cuyo ojo derecho sale una lágrima. En los hombros hay ramas verdes. Él me dice que dibujó las ramas porque él siente que hay espinas que lo pican todo el tiempo alrededor del cuello, una especie de estrés permanente. 


Por momentos me pierdo en la plática con el australiano. No puedo dejar de mirar a mi alrededor. El hombre español con la chica mexicana, el par de chinos, los adolescentes centroamericanos, el australiano y yo. Pienso en todos nosotros, los extraños que compartimos un cuarto en Iztapalapa. De repente me invade un escalofrío. No dejo de cuestionar que en ese momento, sólo el hombre chino que trajo el libro de Mao, la chica que vino a visitar a su novio español y yo seamos libres.  

jueves, 7 de enero de 2010

¡Gamesa!

Cuando éramos niñas, mi hermana -a quien por el momento llamo Clausi- y yo inventamos el hasta hoy desconocido dúo dinámico de detectives "Bilady y Roxana". Clausi era Bilady y yo era Roxana. Supongo que el  nombre "Roxana" surgió por una niña que durante el kinder y la primaria fue mi alter ego.

Roxana era una niña inteligente y bonita que trataba mal a los niños y lograba manipular a las maestras para que en el salón se hiciera lo que ella quisiera, aunque sólo tuviera 7 años. Una vez se le ocurrió jugar a que ella era la maestra. Ya se imaginarán mi molestia por la injusticia de la que sentía que éramos objeto mis demás compañeros y yo que debíamos seguir siendo alumnos en su juego...

 En fin, aunque la niña me reventaba, yo usaba su identidad en secreto en casa.

No tengo la más remota idea de dónde salió el nombre "Bilady". Posiblemente derivó del término "milady", pero no puedo decirlo con certeza. Sólo me acuerdo que dejabamos de ser Silvielena y Claudia, para convertirnos en Bilady y Roxana por algunos cuartos de hora.

Para que vean que la mercadotecnia sí influye en los niños, Clausi y yo también jugábamos a "Gamesa". El juego no tenía mayor chiste que asomarnos debajo de la mesa mientras comíamos, ella de un lado y yo del otro, con otros miembros de la familia alrededor. Al ver nuestras caras por debajo de la mesa, decíamos "¡Gamesa!". Luego nos carcajéabamos, sin que nadie entendiera esas risas desmedidas.

Ya no nos asomamos debajo de la mesa, pero de vez en cuando mi hermana me dice "Sil, ¡Gamesa!", provocándome risas a mis 27 anos.

A veces Clausi y yo vaciábamos un cenciero en el que mis papás guardaban monedas. Cada moneda era una persona. Las pequeñas adquirían la identidad de niños y niñas de escuela y las grandes, eran profesores. Acomódabamos las monedas como si fuera un lunes de escuela, en el que los niños se formaban en el patio para hacer honores a la bandera. Reconozco que era un juego ñoño, pero bueno, así practicábamos el civismo.

Jugar a las Barbies no era otra cosa más que créar una historia y personajes. Carecíamos de una novela como Patito que sustituyera nuestra imaginación, así es que Clausi y yo escribíamos el guión cada vez que nos poníamos a jugar, y lo dejábamos inconcluso cada que terminábamos. La historia que más recuerdo es la de tres familias que vivían en las montañas, como en una especie de comuna, los hijos de todos eran cuidados por todos.

Clausi siempre ha comido mucho más lento que yo, y había veces que, para apresurar los capitulos de nuestra historia, le metía inmensos bocados en su boca para que se apurara a masticar y pudiéramos ir a jugar pronto.

Nuestras historias de muñecas rayaban en lo absurdo. Teníamos como 10 muñecas Barbie y un Ken, que empezó por ser novio de todas las Barbies, hasta que nos dimos cuenta que eso no podía ser. Tuvimos que usar a Oso Palomitas (echaba palomitas por la nariz cuando le apretabas la panza) y a Oso Fanfón (un oso panda de 40 cm de alto) como otros pretendientes de nuestras muñecas.

Es difícil que ahora, que apenas ha pasado el día de Reyes, recuerde todos los regalos que me trajeron cuando era niña. Ni siquiera podría distinguir si un horno mágico que tuve de chiquita me lo regalaron mis papás, mi madrina, Santa Claus o los Reyes Magos.

De lo que sí me acuerdo es de Bilady y Roxana, de las historias que recreábamos mi hermana (foto siguiente) y yo con monedas y Barbies, y por su puesto, de Gamesa.

Imposible para los Reyes Magos traer estos juegos de vuelta.